En vela


Llegas sin hacer ruido, socavas las mentes de los que suelen precipitarse al vacio. Noches más - noches menos, siempre ahí, latente sin dejar paso a la calma con la que deseamos huir del desvarío de los días que nos vota y nos acerca como abejas al panal de aforismos y desdenes que nos han llevado hasta el día de hoy.
Ya has hecho acto de presencia en mi noche taciturna, no te soporto ni un instante más...
Vas dejando un sin fin de preguntas insulsas...
Laceras mi rincón en el que suelo buscar asilo de los pormenores de mi estado de ánimo...
Haces mella taladrando cada instante vivido, deseado, extrañado, dolido, provocando un sentimiento de poca estabilidad en cuanto a mis convicciones y preceptos...
En verdad no te tolero más, porque pareciera que disfrutas la forma en la que me voy convirtiendo en un insecto Kafkiano a tu salud...
¿Qué esperas de todo este teatro que montas cada noche?
Me enerva la manera con la que manejas a tu antojo mi pasado, mi presente y mi futuro, el cual voy construyendo a pesar de mis altibajos...
Creas en mi mente desdeños homónimos de puertas ya cerradas y que siento superadas, para dar entrada al miedo, a la melancolía y a la incertidumbre de los momentos que nunca llegaron, y que sólo son destellos imaginarios de una mente que aún cree en la esperanza del buen actuar...
Pierdo la calma, cuando mi sentir está pendiendo del hilo con el que trazas tús artilugios al aparecer en mis pensamientos...
En cólera exploto contra la almohada, por tu cobardía al hacerte presente cuando no hay nadie más a mi alrededor, sólo somos tú, la noche y yo, que espero la contienda en silencio una vez más...
Voy preparando mis guantes para derrotarte méndigo insomnio, el cual inquieta mi sentir y mis pensamientos de las noches en vela, estoy listo para las batallas de madrugada y dejar atrás tu lastre lacerante como dardo, para así, poder respirar en calma un día más...

De prisa, porque no hay tiempo...

Todos van a paso derroblado como una estampida huyendo de quién sabe qué...
Van caminando estoicos, inertes sin cabida para mirar al de junto. ¿Qué hora es? 1:20 p.m. indicaba mi reloj en pleno centro de la ciudad, decidí sentarme unos instantes en una banca del parque para esperar que las manecillas marcaran las 2:00 p.m. hora en la que tenía que realizar algo pendiente. Hacía un clima espléndido; lejos del frío y ausente de calor, con ciertas ráfagas de un viento conmovedor el cual me atrapaba en un sentimiento de nostalgia sin motivo alguno.
Ahí me encontraba sentado como recien salido de una cueva, con los ojos bien abiertos, esperando que transcurrieran los minutos y ligeramente circunspecto por la prisa con la que los transeúntes se deslizan por la acera. Sí, con una prisa en demasia absurda quién sabe por qué, ¿a dónde van con tanta prisa?, al trabajo, al banco, a cobrar algún dinero, no lo sé, pero creo que la gente está muy ocupada y no tiene espacio para otras cosas - estar como yo sentado observando - porque en definitiva no hay tiempo que perder. Todos tienen prisa ¡prisa de qué!, ¿de no perder ni un instante de las 24 hrs. que nos toca vivir día a día?, ¿de quedar un paso atrás del vecino?, ¿de no alcanzar el éxito que brotará en envidias por los que nos rodean?, ¿prisa de llegar en primer lugar? o simplemente es una patología impuesta por la neurosis de una sociedad enajenada, la cual nos grita a cada instante ¡apúrate, porque te comen!, ¡anda con prisa, porque en la vida no hay tiempo para pensar!, ¡corre y vive tu vida recta, sin directriz que te saque del camino!, ¡debes de seguir los patrones preestablecidos! ( nacer, crecer, procrear, envejecer, morir = producto terminado), para que el día de mañana postrado bajo la tierra en un cementerio tu epitafio se lea:


"n" persona
Nacio un "x" mes del año "q".
Murio un "x" día del año "g".
Persona respetable, afable, trabajadora, recta y amorosa.
Lo recordaremos por siempre su familia, hermanos y amigos.
En paz descanse (ojalá y descanse,no vaya a ser que ande a prisa y sin tiempo en el más allá buscando la paz de la que se le hablo aquí en el mundo de los mortales).



No sé qué será, pero es imperante la forma con la que se lleva a cabo cada acto de nuestras vidas, siempre a prisa, siempre sin tiempo. Comemos, dormimos, despertamos, soñamos, trabajamos, reimos, fornicamos, mentimos, maldecimos, meditamos todo a prisa, muy aprisa y sin tiempo para pensarlo. Todo opera aprisa porque ya no hay tiempo para sentarse y ser por unos instantes espectador de nuestro actuar, principalmente la juventud, la cual es una parodia de una moral que sólo existe en los libros y pensamientos. La juventud de hoy todo lo traga y lo vomita aprisa por miedo a envenenarse; se enamora, se desilusiona, llora, ríe, olvida y vomita a prisa para adquirir en un acto seguido nuevas experiencias devenidas en nuevos olores, tacto, modos, experiencias, atenciones repitiendo de nuevo la escena una y otra vez hasta hartarse y convertirse en una generación de conformistas más en cuestiones del corazón, cultura y vida cotidiana.
¿El tiempo?, el tiempo ya no tiene tiempo para desperdiciar y regalar momentos de placidez, el tiempo sólo tiene espacio para recordarnos que está pasando por nuestros ojos y que poco a poco nos está llevando al final del precipicio que nos espera con los brazos abiertos. El tiempo está ganando la batalla lentamente, porque nuestra prisa por vivir, nuestra prisa por no pensar, nuestra prisa por desperdiciarlo, nuestra prisa por creer que lo aprovechamos nos ha vuelto poco inteligentes para saber que hacer con él y como invertirlo para nuestro beneficio. ¿Qué hacer ante tales disyuntivas?, ¿de prisa, sin tiempo?, ¿con tiempo pero aprisa?, ¿cómo reconciliar a estos puntos cardinales de nuestra actualidad?, ¿cómo saber si estamos en el punto medio de tales preceptos?
Aún no lo sé, son las 2:00 p.m. me retiro de la banca del parque porque tengo prisa y no hay tiempo...

En el supermercado


Ultimamente me agrada la idea de ir al supermercado y observar lo que ahí se lleva a cabo de manera cotidiana. Y me agrada la idea, porque hace algunos meses desperté con ciertas inquietudes, de esas que no te dejan durante días o quizás más tiempo. El caso es que me encontraba un día comprando diversos artículos en compañía de mi familia, iba de pasillo en pasillo hasta que me detuve en la zona de los detergentes - manía que tengo desde niño por los olores que ahí se localizan -, atravesé el pasillo dos veces para mantener esa sensación de la niñez que aún me sigue gustando. Minutos después me encontraba caminando por otra zona del laberinto de productos con preguntas que albergaba en mi cabeza, en ese instante, me quedé al inicio del corredor y me dí a la tarea de observar a las personas que ahí se concentraban para dar forma a los pensamientos que se hospedaban en mi cabeza.

Deambulaba observando a la gente y me preguntaba ¿Por qué dentro de una diversidad de posibles rutas,tendemos a tomar las mismas de siempre?, y si no las mismas, ¿Por qué todo se vuelve a presentar casi de la misma forma como lo hemos vivido y sentido?, - a unos metros de mí - un niño decidía que tipo de galletas llevar, inmerso en la disyuntiva de lo ya conocido ó lo que su madre le mostraba con otra caja. ¿Qué camino tomar? me puse en el lugar del niño, tal vez me resguarde en lo conocido por temor a equivocarme y llevarme un mal sabor de boca, pero ¿Si las otras galletas saben mejor?.

La vida es así, un corredor lleno de múltiples productos, sensaciones, momentos, sabores, experiencias que nos llevan de un lugar a otro. Lo desconcertante en ocasiones es que por lapsos de tiempo indefinido, tenemos ante nosotros un mar de opciones - unas más llamativas que otras - las cuales, cada quien por propias intuiciones no toma y escojemos lo que ya conocemos; o en su defecto tomamos otro producto y con el paso del tiempo se va tornando en lo que ya conociamos dejándonos como al principio de aquel descubrimiento o más confundidos aún.

Por eso me gusta ir al centro comercial, porque cada vez que estoy ahí y con quien vaya, doy inicio a mis pequeñas observaciones en los rostros de la gente que está pensativa en lo que va a tomar y llevarse a casa. Me gusta hacerme la idea de que están escogiendo el rumbo de sus vidas, me gusta pensar por ellos cuando toman un producto diferente al acostumbrado creyendo que va a cambiar el curso de su destino a sabiendas que en un lapso determinado de tiempo se hartarán del mismo y buscarán algo más, que los haga sentir nuevos otra vez. Es como pasar por cada pasillo, deleitarse con el mar de colores y sabores, escoger - dejar, equivocarse - acertar, soñar - despertar, reir y llorar el enigma de la cosas que nos va llevando de un corredor a otro, tratando de decifrar el acertijo de la vida misma y pareciera en ocasiones el " Eterno retorno" del buen Nietzsche.





Lecturas



Todos los elementos del universo contribuyen a la nostalgia de nuestra disolución, porque esa mirada de verdugo, sólo a través de la cual el caos nos es comprensible como un elemento del orden ficticio que nos permite entendernos de cierta manera con la realidad, sabe mirar más hondo que nuestros ojos y sabe descubrir en nuestra posibilidad de aniquilación la trampa de la realidad, la certeza de la nada.
Nuestra condición pasajera tiende siempre a subvertir el orden de nuestra angustias, trastocando el plan de acuerdo con el que el universo está concebido. La poesía misma se desentiende del amplísimo significado que tiene nuestra muerte para tratar de descubrir en la banalidad de la naturaleza y de los sentimientos del germen de una supervivencia inasequible. Por eso nuestra condición es desesperada; sólo la laboriosa presencia del verdugo, la lentitud del rito emético con que hemos de destruirnos, la visión espléndida de nuestra descompisición implica en cierta manera, si no nuestra salvación, sí nuestra escapatoria del ritmo opresivo de la vida.
No obstante la malignidad con la que nos es impuesta la realidad, nos engañamos a veces; creemos que nuestro destino es más que vomitar, más que confrontar pormenorizadamente el asco que nuestra conciencia acaba por descubrir en todas las cosas; nos olvidamos momentáneamente de nuestro deber de morir y de matar lo que sobrevive cada hora de nosotros mismos; tratamos de percatarnos de un vacío que excluya todo lo que de excrementicio aportan las horas que vivimos. Nuestra única realidad es el potro de tortura al que estamos anclados a pesar de las mareas falaces del sentimiento. Un atardecer, un rayo de sol es capaz de destruirnos con más malignidad que todas las tenazas del verdugo y sin embargo creemos descubrir en el crepúsculo, en la luz, el mentís a nuestra condición de gusanos coprófagos.
Todo ello forma parte del mismo engaño porque está constituido del lenguaje. Entre todos los artificios con los que pretendemos escapar a nuestra condenación, las palabras, el ordenamiento consciente de nuestras quimeras y de nuestras mentiras, constituyen la más aparente de nuestras ilusiones. En ello se concreta el absurdo de nuestra relación con el mundo. Tratamos de expresar lo inexpresable cuando nuestro único proferimiento puede ser el grito o el lamento. Y sin embargo nos aferramos a las palabras creyéndolas propias, patrimonio inalienable, justificación perenne de nuestra falsa grandeza. ¿Qué expresa el lenguaje cuando no expresa el dolor intenso de carecer de significado? Soñamos con las grandes realizaciones, somos capaces de concebir estructuras y proferimientos que tienen la grandeza siniestra y banal de las cárceles de Piranesi. Y es que entonces olvidamos al verdugo que somos y que llevamos dentro. Las palabras son el paliativo a nuestra urgencia de crimen, a nuestro goce de la mutilación.
¿Qué queda después de las palabras si ellas mismas no son sino una forma de silencio?
¿Qué queda de todos los gritos sino una sucesión macabra de ecos informes?
SALVADOR ELIZONDO