Windows vs Cats



Tengo el gusto de fotografiar ventanas, pienso en lo que hay al interior de ellas y en lo que puedan develarme al descargar su imagen en el monitor, intrigante siempre intrigante. Los descubrimientos importantes le llegan a uno en los lugares más inesperados y en las circunstancias más insólitas que podamos alguna vez imaginar. Me ocurrió en la reunión en casa de un amigo. Entre música, cervezas y tabaco la mirada de aquel gato tras la ventana me hizo pensar que son agentes de correspondencia, el cartero que le dicen –raza en peligro de extinción-. Tal descubrimiento lleva un golpecito de sorpresa, pues no estamos habituados a mirar felinos con un costal tocando a la puerta y mucho menos pensamos hacerlos confidentes de nuestros aciertos y desgracias para que lleven tatuadas nuestras palabrerías por el mundo.

Por lo tanto caigo en contradicción pues los percibo afables y ariscos, dignos de confiabilidad y huraños, y en muchas otras ocasiones hasta prepotentes. La noche se aleja cuando los tragos terminan por embriagarnos o el insomnio gana terreno, y es entonces que tal estado puede cobijarnos  para  develarle nuestros secretos, hablarles quedito, experimentar la quinestesia en la contorsión que ofrecen con la imagen de una calle vacia a donde llevarán tus recovecos ruidosamente en el interior con un silencio exterior, tumbas ambulantes del mundo. Sí, la particularidad felina hacia la libertad y las andanzas de azotea en azotea me deja en entredicho que la vida es cualquier cosa que podamos imaginar menos una calle de una sola caricia...

La otra vez




¿Te has sentido el personaje de un relato que no se debe contar?. Como dar vuelta en la esquina de las memorias por si acaso queda algo que podamos habitar al menos con la mirada. Cúmulo de imágenes, trastabillamos, caminar entre escombros. Huir. Un mes ya es pasado, se le escapó a mi amiga mientras caminábamos.

Me pasa



De tiempo para acá, las ideas interesantes me llegan cuando estoy cagando. Es  triste, pero si. Pareciera contradictorio que mientras tiro la basura allí sentadito como esperando sentencia, imaginarios llegan de algún rincón a iluminar mi cerebro. Ni lápiz y mucho menos papel (excepto el que está a la mano para perfumar la hendidura) llevo a la mano como precaución por si algo ocurre. Quién en su santo juicio puede escribir el poema perfecto, la frase clave, el inicio de un cuento de veras chingón si te encuentras atorado entre retortijones de barriga dice mi abuela, pujidos y aromas exóticos de gastronomía hogareña.

Me dan ganas de salir corriendo para anotar la iluminación divina, pero estamos de acuerdo que esos minutitos son sagrados para cualquier esfínter acongojado; dejando de lado lo ridículo que me vería trastabillando todo pelado hacia mi recámara. No, no se debe sacrificar dichos rituales pues resultan ser un insulto a la digestión. Todo a su  debido tiempo, me digo. Por lo tanto, intento retener las ideas lo mejor que puedo, pero  ¡pluf! me rindo al motivo por el cual estoy sentado y todo resulta ser un verdadero desastre.

Me pongo a pensar en cuantas frases he perdido en aquellos menesteres, cuantas buenas intenciones por redactar, por hacer del pensamiento algo permanente en el papel se me han escapado, tal vez sean disparates para denotar que escribir de vez en cuando no es una pérdida absurda de tiempo o en el peor de los casos me reconforta imaginar que son simples ideas sin trascendencia alguna por la forma y el lugar en que se generan. Ideas de caño.

Y es cuando salgo del baño que una nebulosa se apodera de mi, no hay nada que haga revertir tal efecto. Todo es borroso, la magia se  pierde bajo el sombrero, todo queda sin aparente sentido, sin hilación, en pausa. Ni hablar, mañana otra cagadita traerá de vuelta a las musas o de plano me hago a la idea de que las  próximas visitas al trono serán mi confidente hacia el olvido...