Nota semanal: seguir los deseos de chiquis



Profundizar en ciertas cosas para hacerlas más tangibles es un llamado que resbala en mi sordera. No escucho, no tomo nota, voy cuesta abajo hacia el abismo de las cosas que me saben odiosas. Ahí estoy, disparando dardos tranquilizadores. El tiempo se detiene entre la sorpresa de haber encontrado algo perdido y la curiosidad que anima a seguir parlando. La noche avanza entre el ruido constante de marionetas formando amalgamas (me sumergo al trámite fiestero). Labios que se conocen por contacto rutinario acentuan mi carencia olvidada, pregunta: ¿cuántos pasos me alejan de la acera en donde todo toma un fino respiro? (al menos para mí), la respuesta nunca llega.

Prosigo a carcajadas, coqueteo, había olvidado el deleite del acecho. Su atención confirma que aún no pierdo el toque. Rostro ruborizado, tomo las señales, juego con mi ego. No quiero retroceder. Mañana despertaré con cierta desfachatez, lo sé, intensifico la sordera para ahuyentar el arrepentimiento que empiza a dar lata, carajo!! déjame en paz. Cumplo la tentación. Retorno. Caminata. Silencio en las calles, última bocanada, se extingue la noche. Oscilo en la almohada como estulto. A veces de madrugada coloco las ideas claramente, se entorpecen con el sueño y sólo queda la maldita resaca; no hay que bifurcar la cabezota en estas circunstancias y mucho menos cuando repasas la lista del celular buscando historias truncas, error, no otra vez por favor!!. ¿Por qué queremos sacar cosas del basurero del olvido?. Será por un pequeño consuelo, no lo creo lectores, no tengo respuesta para las aberraciones noctámbulas que de mañana se burlan de tu inapropiado proceder (soberano pendejín)...

Aplicaré lo que me dice chiquis desde hace unos meses. Ultimamente al salir a dar la vuelta por el barrio desde hace ya más de 12 años desiste en continuar nuestro conocido trayecto. Me mira caprichosa. No chingues cabrón, ya cámbiale. Proyecta sus ojitos en los límites de nuestro andar cotidiano, se antoja ir un poco por aquellos lugares -dice sobre sus cuatro patitas- si, más lejos. Me siento, abrazo su cabezita, platico con ella, le cuento mis dudas. Se recuesta descaradamente con sus patitas al aire. La acaricio. Exige más abrazos. Despreocupada la noto, sólo recibiendo. En esos momentos me gustaría ser perro. Por supuesto un perrito de casa, los callejeros se las ven muy duras. Son viajeros sin rumbo. Tal vez algo de callejero tengo escondido debajo de la piel. Ser perro.

Pienso que estamos en la última etapa de nuestros paseos (ya está viejita) y sé muy bien que extrañaré su fiel compañía. Es curioso como pueden establecerse los lazos con las mascotas. Primero paseabamos por novedad, por presumir sus saltines de aquí para allá con los mirones, a veces por llamar la atención de alguna chica y muchas otras porque nos convertimos en rutina para despejar los diretes del tiempo entre los meses. Días espléndidos, tardes soleadas, noches con frío, con viento, con alegrías, con tristezas, con múltiples tonalidades se nos han pasado caminando a diario. Nos hemos otorgado buenos tiempos. Un día de estos le daré una sorpresa, la llevaré lejos de lo conocido para perdernos por ahí, ella contenta por la atracción, aventura, visiones, aromas y yo tal vez huyendo de los recovecos...