Ante la imposibilidad del silencio me quejo como un pusilánime sin remedio, soy quejumbroso y qué. Es lamentable cuando gente que no tiene nada en común se reúna para coexistir por asares del destino, del hastío, de la monotonía en esos graderíos de jolgorio masificados llamados cines. La gran mayoría detesta estar a solas con sus pensamientos, ya sea por falta de práctica o comúnmente –intuyo- se debe a su incapacidad para convivir consigo mismos por temor al resultado de dichas confrontaciones, le sacan al ruedo. Para negarse ante la posibilidad de un silencio comunitario; necesitan como un supositorio ansiolítico: susurrar, platicar, seguir “pineando” en esas prótesis del alma denominadas blackberry, besuquearse, hacer comentarios fofos o simplemente explotar en carcajadas nerviosas a la menor provocación para escapar de sí mismos, seguir a la masa pues, dejando de lado el motivo principal por el cual están postrados allí.
Debería existir un manual sobre comportamiento humano dentro de las salas de cine, algo así como: Apaga tu black pues acá también hay vida atarantado, prohibido el exceso de frotamientos corpóreos (para eso están los moteles), omitir suposiciones del desenlace de la trama de viva voz, omitir preguntas pendejas y comentarios insulsos (ese actor me requeteencanta, ¡mamita!, ¡papito! ¿viste?, ¡Ay! No entendí amor y así), susurrar en la nuca de los ahí presentes, controlar a sus peques con pataditas al asiento, levantarse a media película por el pinche combo para abastecer a la novia, pero sobre todo una nota al calce: RESPETO POR EL ESPACIO AJENO CABRÓN IRRESPETUOSO.
Imagino lo que pasaría en estos tiempos violentos si hubiera un conato de incendio, un bombazo, un ataque alienígena o alguna circunstancia por las que se tuviera que permanecer indefinidamente encerrado en la sala, todos juntitos y apretaditos como sardinas “conviviendo”, basta decir que el desenlace sería catastrófico. Un poquito de cordura y sentido común sin llegar a ser un monje tibetano sería lo ideal para que todos y cada unos de los presentes salieran contentos por lo proyectado.
Sólo resta recargarme en una quimera para aquellos bienaventurados que vamos de vez en cuando a tratar de disfrutar una película al cine: que exista un horario a eso de las tres de la mañana en lunes para gozar plácidamente como buen espectador lo que la pantalla ofrece, pero quién sabe, a lo mejor por ser la “novedad de horario” se abarrotarán las salas para darle rienda suelta al homicidio colectivo del silencio que tanto estorba en estos tiempos.