Pasadas las 3:00 p.m. veniamos llegando de pasear con mis tíos,mi abuela y primos que en aquella ocasión habían venido de visita a Tehuacán Puebla, lugar donde radicabamos hace algunos meses por motivos del trabajo de mi papá. Tenía unos 7 años, me encontraba muy contento porque me habían comprado una pelota de fut y llevaba una paleta de helados holanda en la mano.
La tarde se mostraba perfecta, con un sol radiante y un azul en el cielo sin nube que le estorbara. Finalmente cansados a la entrada del portón de departamentos donde el laberinto de puertas y ventanas nos llevaba al segundo piso, comenzé a percibir que algo no estaba bien por la forma en que me miró mi hermano desde el incio de la fila de primos (nunca olvidaré su mirada). En ese preciso instante la adrenalina hizo su aparación desde la punta del pie hasta el último cabello de mi cabezota, al descubrir a la distancia al dueño de mis martirios diarios en aquellos años. Se trataba de un dálmata gigante con las patas enormes, ojos delineados por un tono rosado y un pecho hinchado como si practicara halterofilia el maldito canino; en el momento justo que se cruzaron nuestras miradas supe que lo inevitable se había desatado.
Se incorporó la bestia de un salto, cuando entre voces de mi papá y mamá (agarra a Paco o espanta al pinche perro que ya ves como se pone el chamaco), salí en el acto de la fila y ya me encontraba en plena calle tirando la paleta tan sabrosa que estaba disfrutando y el balón salio disparado quién sabe por dónde. Dí inicio a una carrera digna de unas olimpiadas porque sabía que el he-man estaba justo detrás mí y en efecto me seguía a paso veloz por la cuadra.
Los malditos nervios y un sin fin de sensaciones espantosas llenaban mi mente nublando cualquier idea inteligente para enfrentarme a mi rival que se aproximaba cada vez más y sentía que en cualquier momento me mordería o qué se yo. Transcurría la vuelta a la primera esquina de la manzana, entre la gente, me iba escurriendo de manera magistral por el pinche miedo que me invadía cuando dejé de escuchar los ladridos del mentado animal, disminuí un poco el paso, acto seguido salió el he-man de nuevo entre las personas más en chinga que nunca!!!, las lágrimas brotaron a borbotones y aceleré el paso sin voltear más.
Finalizaba casi la primera vuelta a la manzana, veía a mis primos a las risas afuera de los departamentos con toda mi familia que intentaba decirme quién sabe qué cosa, pero el pavor me hizo pasarlos de largo y seguir con mi maratón con el mentado perro atrás. En mi segundo intento por perderlo a máxima velocidad, noté cómo ya no sentía mis piernas, pero eso no me impidió que ganara la adrenalina renovando mi esfuerzo por apresurar el paso, las lágrimas seguían escurriendo por las figuras borrosas que entraban por mis pupilas y escuchaba a la gente burlarse de mi personita quejunbrosa.
Segunda vuelta en círculo y casi daba por finalizado el circuito, cuando volví la vista atrás, he-man se veía rezagado y un poco atolondrado. Casí llegaba de nuevo al portón y observé a la distancia a las muchachas de la tortillería que reían sin parar y con el tiempo las pude odiar a más no poder. Llegué a los brazos de mi papá que me cargo al instante (uno de los abrazos más significativos en mi niñez), me sentí aliviado. Salio el dueño de he-man y le pegó con un periódico hasta meterlo a su casa. Todo terminó entre risas de mis primos y tíos, con dos cucharadas de azúcar, un vaso de agua y una siesta que se prolongó hasta entrada la noche...