Tengo el gusto de fotografiar ventanas, pienso en lo que hay al interior de ellas y en lo que puedan develarme al descargar su imagen en el monitor, intrigante siempre intrigante. Los descubrimientos importantes le llegan a uno en los lugares más inesperados y en las circunstancias más insólitas que podamos alguna vez imaginar. Me ocurrió en la reunión en casa de un amigo. Entre música, cervezas y tabaco la mirada de aquel gato tras la ventana me hizo pensar que son agentes de correspondencia, el cartero que le dicen –raza en peligro de extinción-. Tal descubrimiento lleva un golpecito de sorpresa, pues no estamos habituados a mirar felinos con un costal tocando a la puerta y mucho menos pensamos hacerlos confidentes de nuestros aciertos y desgracias para que lleven tatuadas nuestras palabrerías por el mundo.
Por lo tanto caigo en contradicción pues los percibo afables y ariscos, dignos de confiabilidad y huraños, y en muchas otras ocasiones hasta prepotentes. La noche se aleja cuando los tragos terminan por embriagarnos o el insomnio gana terreno, y es entonces que tal estado puede cobijarnos para develarle nuestros secretos, hablarles quedito, experimentar la quinestesia en la contorsión que ofrecen con la imagen de una calle vacia a donde llevarán tus recovecos ruidosamente en el interior con un silencio exterior, tumbas ambulantes del mundo. Sí, la particularidad felina hacia la libertad y las andanzas de azotea en azotea me deja en entredicho que la vida es cualquier cosa que podamos imaginar menos una calle de una sola caricia...